Lo sé, lo sé.
Escuchabas todo y fue mi culpa.
Fue un acto inocente, tierno; uno que despertó un recuerdo uno agradable y nostálgico para ti, uno amargo para mí.
Tu voz llena de dolor, quisiera decir que fue mi culpa, pero no.
Y dormías, sólo dormías.
Fingías, lo sé.
Parecías cansado y quise detenerla, porque ahí estaban otra vez.
Y tú no dormías.
Deberías haber estado durmiendo.
Hubiera sido mejor.
Y mis intentos fueron tontos, porque no quería decirlo.
No quería que escucharas; que supieras.
Te descubrí.
No dormías.
Lo sé, lo sé.
Las lágrimas se asomaban.
Y con los ojos cerrados intentabas retenerlas.
Te vi, te vi.
Y casi podía verla descender por tu mejilla.
Casi no podía controlar mi impulso de limpiarla.
No dejaba de mirarla.
Y ella dijo de despertarte, y eso hice.
Fingiste despertar, y te cubriste el rostro con las manos.
Pero lo sé, las vi.
Y noté tu patético intento por ocultarlas.
Esas lágrimas no alcance a verlas, no completamente, pero tus ojos rojos lo confirmaron.
¿Crees que no me dí cuenta?
Por eso me mantuve cerca, aún más cerca.
Impotente.
Y no pude hacer nada.
Inútil.
Y en medio de mi euforia se instaló una sensación de vacío, tristeza.
La lluvia triste, fría, no mejoro nada.
Porque no hay sonrisa, no ahora.
Y quiero verla, necesito verla.
Porque por una sonrisa me desvivo.
Porque es real y alivia todos mis males.
Porque la adoro aún más que a tus lágrimas.
Y la quiero, la quiero tanto.
La quiero para mí.
Desearía poder creerlo, desearía que sólo fuera eso: una sonrisa.
Sin embargo no basta, no quiero sólo eso, te quiero a ti.
Desesperada, tontamente.
Y la adoro a ella, la admiro a ella, estoy orgullosa de ella, cuido de ella.
Pero a tú, sólo tú, eres la persona que yo más quiero en este mundo.
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